Los análisis sobre la economía española suelen enfocarse en la productividad, un concepto clave para entender el menor crecimiento potencial de España en comparación con sus vecinos europeos. Aunque el PIB español ha mostrado una recuperación notable tras la pandemia, superando a grandes economías como Francia y Alemania, existe un problema estructural que impide a España alcanzar la deseada convergencia en riqueza por habitante. Según el Instituto de Estudios Económicos (IEE), el PIB por ocupado—lo que las empresas y trabajadores logran producir con los recursos disponibles—ha caído 1,9 puntos en el último lustro, mientras que en la Unión Europea ha crecido 1,3 puntos. En la última década, este indicador ha aumentado un 4,2% en España, frente al 8,1% en la UE.

Otro factor que debilita la economía española es el subutilizado capital humano. La tasa de desempleo en España es la más alta del continente, afectando especialmente a los jóvenes y a la población cercana a la jubilación. Estos factores influyen en la orientación de la economía española, que se basa más en la incorporación masiva de personas al mercado laboral que en la mejora cualitativa de la producción, según Íñigo Fernández de Mesa, presidente del think tank asociado a CEOE, y Gregorio Izquierdo, su director general.

Los periodos de expansión económica, como el de 1995 a 2007, se han sustentado en la masiva entrada de mano de obra, especialmente de extranjeros y mujeres que se incorporaban al mercado laboral. Esto ayudó a reducir una alta tasa de desempleo, pero durante la crisis, muchos de estos empleos resultaron ser los más vulnerables. Este modelo de crecimiento dificulta seguir el ritmo europeo en términos de riqueza per cápita. La economía española presenta síntomas claros: una alta tasa de desempleo y la paradoja de que la productividad solo aumenta cuando hay una gran destrucción de empleo, como sucedió durante la Gran Recesión. A pesar de contar con más población en edad de trabajar y dedicar más horas laborales en promedio que la eurozona, España no aprovecha esta ventaja, con una tasa de empleo del 70%, inferior al 75% de las principales economías europeas, excepto Italia.

El PIB real por hora trabajada, que mide la producción por hora de trabajo, ha mostrado un comportamiento más débil en España que en el resto de Europa en los últimos años. El PIB per cápita de España se encuentra hoy en el mismo nivel comparativo que en los años 70 y mediados de los 90, habiendo crecido apenas cuatro décimas más que en la UE desde 2013.

En cuanto a la convergencia en renta per cápita en la UE entre 2013 y 2023, se observa que los países con mayor dinamismo en su renta per cápita eran aquellos con una menor renta per cápita relativa, avanzando significativamente economías como Irlanda y varias del Este de Europa, como Rumanía, Polonia, Croacia, Bulgaria, Malta, Hungría, Lituania, Chipre y Letonia.

«No es el caso de España», destaca el IEE. «A pesar de partir de un menor nivel de renta, no ha logrado un diferencial significativo de crecimiento de su renta per cápita en relación con la UE», señala el organismo. La propuesta de la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, de reducir la jornada laboral a 38,5 horas semanales y luego a 37,5 horas podría «deteriorar la productividad por trabajador y, en consecuencia, la competitividad económica y la capacidad de creación de empleo y crecimiento a medio y largo plazo».

La prosperidad se distribuye por el territorio

Los expertos también han analizado las diferentes regiones, identificando cuatro que han avanzado en la última década. «En un contexto de estancamiento de la renta per cápita en relación con la UE, es importante reconocer la contribución positiva de aquellas regiones cuya renta per cápita ha crecido por encima de la media de la UE entre 2013 y 2022. Estas son, en orden de mejora, Galicia, la Comunidad de Madrid, la Comunidad Valenciana, la Región de Murcia y el País Vasco», ha destacado el IEE en su informe, subrayando una nota positiva en su evaluación.

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